La empresa conocida como la búsqueda de inteligencia extraterrestre (SETI) se ha basado durante mucho tiempo en los radiotelescopios para escuchar las emisiones de posibles llamadas alienígenas. Sin embargo, en una galaxia tan extensa como la nuestra, ¿cómo podemos estar seguros de que hemos sintonizado la emisora correcta?
Un nuevo modelo que simula el contacto a través de la Vía Láctea sugiere -quizás sin sorpresa- que, a menos que nuestra galaxia sea densa en especies inteligentes de larga vida, las probabilidades de tropezar con una señal son bajas. Sin embargo, los resultados, publicados en la revista International Journal of Astrobiology, señalan también que la probabilidad de interacción podría ser mayor en el momento en que una nueva tecnología de comunicación se pone en marcha por primera vez.
Además de dar pie a escenarios imaginativos -apretamos el interruptor de algún nuevo dispositivo de escucha y, voilà, recibimos una transmisión de E.T.-, los resultados podrían animar a los posibles cazadores de alienígenas a innovar. Los esfuerzos de investigación dedicados a descubrir y desarrollar nuevos métodos para comunicarse a través de las distancias cósmicas pueden, en última instancia, ofrecer mayores posibilidades de establecer contacto que los largos programas que utilizan una sola tecnología.
Para Marcelo Lares, la investigación comenzó con un desafío. Astrónomo de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina), Lares trabaja habitualmente en análisis estadísticos ricos en datos sobre poblaciones estelares, la estructura a gran escala del universo y eventos de ondas gravitacionales.
Pensar en extraterrestres no ofrece tal abundancia de información. «Sólo tenemos una observación, que es que la Tierra es el único planeta conocido con vida», dice Lares.
Las especulaciones científicas sobre la vida, la inteligencia y la tecnología de otros mundos suelen basarse en la ecuación de Drake. Este marco matemático fue escrito por primera vez por el astrónomo Frank Drake en 1961. Calcula el número de especies comunicantes teniendo en cuenta la fracción de estrellas de la galaxia con planetas, el porcentaje de esos planetas que desarrollan vida y las probabilidades de que esas criaturas vivas sientan curiosidad y sean capaces de establecer contacto interestelar con otros seres.
Lares y sus colaboradores querían algo más sencillo. En lugar de aventurar conjeturas sobre las incógnitas relacionadas con la génesis de la vida y el desarrollo de la inteligencia y la tecnología, crearon un modelo con básicamente tres parámetros: el momento en que las especies comunicantes «despiertan» y comienzan a emitir pruebas de su presencia, el alcance de dichas señales y la duración de cualquier transmisión.
El arreglo resultante coloca un grupo de nodos -o creadores de mensajes inteligentes- al azar en toda la Vía Láctea, donde a veces emiten y a veces no. «Es como un árbol de Navidad», dice el astrónomo José Funes, de la Universidad Católica de Córdoba, que fue coautor de Lares. «Tienes luces que se encienden y se apagan».
El equipo realizó más de 150.000 simulaciones, cada vez con un conjunto diferente de suposiciones sobre estos parámetros básicos, para ver qué escenarios favorecían el contacto interestelar. Una galaxia llena de alienígenas tecnológicos que se anuncian produjo muchas más interacciones que una en la que las especies estaban separadas por grandes distancias o grandes cantidades de tiempo.
Estas conclusiones no tienen por qué ser chocantes. «No es más que una forma estadística de decir: ‘Si quieres aumentar las posibilidades de contacto, necesitas un mayor número o que duren mucho tiempo'», afirma el científico planetario Ravi Kopparapu, del Centro Goddard de Vuelos Espaciales de la NASA, que no participó en el trabajo.
Pero Lares rebate que cuantificar nuestras concepciones intuitivas con modelos matemáticos puede ser valioso, aunque sólo sea para servir de comprobación de la realidad de nuestra comprensión básica. Los resultados establecen una especie de límite superior de la probabilidad de contacto en diferentes circunstancias, añade.
En cada caso, las simulaciones mostraron que las probabilidades de interacción interestelar son, con mucho, mayores justo en el momento en que una especie «despierta» y descubre la forma correcta de comunicarse. Este resultado se debe a que otros nodos ya se habrán puesto en línea y presumiblemente se habrán encontrado entre sí, creando esencialmente una gran rama de luces de árbol de Navidad «encendidas» y aumentando las posibilidades de tropezar con esta red de transmisión. Pero si las luces parpadean desincronizadas entre sí o en momentos muy diferentes -situación análoga a la de utilizar la tecnología de contacto equivocada o estar separados por grandes espacios de tiempo-, las especies inteligentes podrían no encontrarse nunca.
Después de que la tecnología de contacto históricamente preferida por el SETI, las ondas de radio, se hiciera comúnmente disponible a principios del siglo XX, algunos descubrimientos incluso se pensaron inicialmente que eran transmisiones alienígenas. Y en la década de 1960, los astrónomos británicos Jocelyn Bell Burnell y Antony Hewish llamaron originalmente a la primera detección de un púlsar, un cadáver estelar que giraba rápidamente, LGM-1 por «pequeños hombres verdes», porque los pulsos de la fuente parecían demasiado regulares para ser naturales. Sin embargo, la humanidad ha ido enviando poco a poco menos emisiones de radio a lo largo de las décadas, a medida que hemos ido mejorando nuestra tecnología con cables y fibra óptica, lo que ha disminuido las posibilidades de que los extraterrestres puedan tropezar con nuestras transmisiones con fugas.
Los autores del nuevo estudio ven sus hallazgos como una posible respuesta a la paradoja de Fermi, que se pregunta por qué no hemos encontrado pruebas de extraterrestres inteligentes, dado que en la larga historia de nuestra galaxia ya podría haber surgido alguna especie tecnológica que enviara despachos de su existencia a través del espacio. El trabajo sugiere que esta ausencia no es muy significativa -tal vez E.T. está demasiado lejos de nosotros en el espacio y el tiempo o simplemente está utilizando alguna tarjeta de llamada que nos es desconocida.
En el corazón de la investigación hay también un intento de alejarse de algunos de los prejuicios centrados en el ser humano que tienden a plagar las especulaciones sobre otros extraterrestres. «Es muy difícil imaginar la comunicación extraterrestre sin nuestra forma de pensar antropomórfica», dice Funes. «Tenemos que hacer un esfuerzo para salir de nosotros mismos»
Kopparapu coincide con esta apreciación. «Los descubrimientos inesperados provienen de fuentes inesperadas», dice. «En nuestro pensamiento de conocimiento común, estamos en una caja. Nos cuesta aceptar que pueda haber algo más fuera de ella».
El enfoque del SETI en las ondas de radio se desarrolló en circunstancias particulares durante una pequeña porción de la historia de la humanidad. Aunque la empresa ha probado a veces otros medios para descubrir extraterrestres inteligentes, como la búsqueda de rayos láser de alta potencia o pruebas de estructuras artificiales masivas que rodean a las estrellas, llamadas esferas de Dyson, cualquier búsqueda sigue estando aparentemente tan limitada por la imaginación humana como por la física fundamental.
Sin embargo, buscar algo tan potencialmente fantástico como otra cultura cósmica requiere la convergencia de muchas disciplinas, incluyendo la física, la biología e incluso la filosofía, dice Lares. El esfuerzo por considerar mensajes más creativos, como los producidos por neutrinos, ondas gravitacionales o fenómenos que la ciencia aún no ha descubierto, puede ayudar a romper nuestras concepciones parroquiales y darnos una comprensión más completa de nosotros mismos.
A pesar de las escasas probabilidades de contacto, Lares tiene la esperanza de que atacar el problema de muchas maneras algún día dará sus frutos. «Creo que la búsqueda del SETI es una apuesta de alto riesgo», dice. «La probabilidad de éxito es realmente muy baja. Pero el premio es realmente muy alto».