Entre toda la suerte que le ha tocado a Clint Eastwood -gran aspecto y talento, para empezar- lo que más llama la atención hoy es su extraordinaria longevidad. El domingo 31 de mayo cumple 90 años, un hito excepcional en sí mismo; la mayoría de nosotros estaríamos encantados de llegar a ese umbral de la vida, por no hablar de estar en tan buena forma para disfrutarlo. Felicidades y feliz cumpleaños, Clint.
Además de llegar a este envidiable hito de la vida, permaneciendo lúcido y capaz de mantenerse en pie, está la bendición poco común de poder hacer lo que uno ama y seguir siendo bueno en ello. No son muchos los que pueden presumir de este placer o distinción, por lo que merece la pena tomarse un momento para apreciar y valorar lo que Clint (como le llama esencialmente todo el mundo, le conozca o no) ha conseguido en este preciado momento.
Como es lógico, Clint ha aflojado un poco el acelerador en lo que se refiere a la actuación: en la última década, sólo ha protagonizado dos películas, Trouble With the Curve y The Mule. Pero su carrera como director no ha disminuido: A lo largo de sus 80 años, ha realizado ocho películas (el mismo número que Steven Spielberg, 16 años más joven, durante el mismo periodo), una de las cuales, American Sniper, fue el estreno animado no franquiciado/no Disney más taquillero de 2015.
Aquí es donde empezamos a orbitar hacia una atmósfera mucho más fina. En primer lugar, la dirección suele considerarse un juego de jóvenes; Hollywood siempre está a la búsqueda de nuevos talentos dinámicos, que comúnmente se anuncian a los 20 años, florecen a lo largo de sus dos o tres décadas posteriores y luego comienzan a aflojar y a desvanecerse, aunque no lo deseen, en el ocaso.
Aunque algunos críticos de cine de autor han hecho horas extras para defender el valor de la obra de ciertos directores venerados cuando entran en su madurez -los que defienden las virtudes ocultas de los últimos Ford, Cukor, Preminger y otros-, el hecho es que la fuerza se desvanece.-el hecho es que la fuerza se desvanece, la autocomplacencia puede instalarse y uno pierde el contacto con las corrientes de la vida contemporánea.
Todos hemos visto cómo sucede, y más de una vez: Durante un tiempo lo tienes, y luego ya no. En 1980, M-G-M consideró oportuno desafiar esta creencia contratando a dos de los directores más célebres del viejo Hollywood, George Cukor y Billy Wilder -de 81 y 74 años, respectivamente-, ambos en etapas de sus carreras en las que se consideraban afortunados de conseguir algún trabajo. Ambos se encargaron de los remakes: Cukor se encargó de Ricos y famosos, una actualización de la historia de amistad femenina de 1943, mientras que Wilder tomó el timón de Buddy Buddy, una versión hollywoodiense del éxito francés L’emmerdeur.
Como joven redactor de Variety enamorado del trabajo de ambos, aproveché la oportunidad de pasar un tiempo en los platós (ambos se rodaron en el antiguo terreno de la M-G-M) y ver a las viejas leyendas en acción. Acción era la palabra clave en el caso de Wilder; estaba constantemente de pie, haciendo bromas con sus viejos compañeros Jack Lemmon y Walter Matthew y parecía feliz de estar de vuelta en su elemento (no había hecho una película en Hollywood en siete años).
Acción, sin embargo, no es una palabra que hubiera aplicado al set de Cukor. El hombre era indiscutiblemente viejo a estas alturas; la mayor parte del tiempo se le podía observar descansando, administrando sus fuerzas hasta que llegaba el momento de rodar con sus dos protagonistas, Jacqueline Bisset (que también era coproductora) y Candice Bergen. La única indicación que le oí decir -y que decía prácticamente antes de cada toma- fue: «¡Acelerad el ritmo, señoras, acelerad el ritmo!». Después se desplomaba en su silla y esperaba la siguiente toma y a veces, hay que decirlo, se quedaba dormido hasta que llegaba la hora de rodar de nuevo.
Los fracasos creativos y financieros de las películas de Wilder y Cukor no hicieron más que confirmar la opinión generalizada de la época de que los restantes directores de la era dorada de Hollywood estaban en la cima, simple y llanamente, víctimas de la disminución de la energía física y la concentración intelectual; ciertamente, esto también se aplicaba a Chaplin, Ford, Wyler, Hitchcock, Hawks, Lang, Minnelli, Preminger, Walsh, Kazan y Zinnemann, entre otros, a varios de los cuales conocí y/o vi trabajar hacia el final de sus carreras.
Ahora es diferente, ya que algunos directores muestran un gran impulso, energía y vitalidad creativa pasada la edad de jubilación y más allá; entre los no geriátricos persistentemente creativos están Scorsese, Almodóvar, Schrader, Spielberg, Polanski, Werner Herzog, Ridley Scott, Errol Morris, Spike Lee (de acuerdo, sólo tiene 63 años), los hermanos Coen (127 años de inteligencia y de sabelotodo combinados) y el nonagenario Frederick Wiseman.
Siempre que he visto trabajar a Clint, el plató ha sido inusualmente tranquilo y carente del alboroto, las molestias y las neurosis habituales en muchas localizaciones; todo el mundo está allí para hacer el trabajo con rapidez y eficacia y el jefe no va a tolerar a nadie que no esté en sintonía con este objetivo.
Aunque Clint creció en confianza, ambición y logros a lo largo de los años, nunca bajó el ritmo. A modo de comparación, ha dirigido 38 largometrajes desde el primero, Play Misty for Me, en 1971, mientras que Steven Spielberg, a partir de The Sugarland Express en 1974, se ha puesto detrás de la cámara en 32 largometrajes, incluida la próxima West Side Story. Entre los principales directores estadounidenses que aún viven y trabajan, el único que supera a Clint en términos de productividad es Woody Allen, quien, a sus 84 años, ha dirigido (y escrito) la increíble cifra de 50 películas en 51 años. Aunque no ha podido estrenar A Rainy Day in New York, del año pasado, en EE.UU., ahora está trabajando en su última película, Rifkin’s Women.
Una reflexión de pasada: Me pregunto si alguna vez se han encontrado, o han tocado juntos, Clint al piano y Woody al clarinete. Son de mundos totalmente diferentes, pero tal vez en S.F. en los viejos tiempos….
Dado que Clint está entrando en un territorio esencialmente inexplorado en lo que se refiere a los límites de edad entre los directores de cine de Hollywood en activo, podría valer la pena echar un vistazo a los pocos que han tenido los medios físicos y creativos para continuar sus carreras en lo que normalmente se llama la vejez.
El recordman mundial en este sentido es el cineasta portugués Manoel de Oliveira, que murió hace cinco años a los 106 años, un año después de haber completado su último cortometraje, The Oldest Man of Belem; su último largometraje fue Gebo et l’lombre, terminado en 2012, cuando el director tenía 103 años. Católico devoto y acaudalado jugador de polo que creció en el Portugal fascista, sólo se convirtió en una fuerza artística a tener en cuenta en la década de 1980 y se mantuvo continuamente activo desde entonces.
Tuve el placer de conocer a de Oliveira en una fiesta de Cannes hace algunos años. Ya con 100 años, totalmente animado y feliz de estar allí, mencionó que acababa de llegar de Roma donde, esa mañana, había tenido el privilegio de una audiencia privada con el Papa. Se rió y se echó a reír cuando le respondí que, sin duda, era el único hombre de la historia que se había reunido con el Papa y había asistido al Festival de Cine de Cannes el mismo día.
Otros cineastas que han demostrado con contundencia que se puede vivir mucho más allá de los 65 o 70 años. Jean-Luc Godard, que cumplirá 90 años en diciembre, realiza hoy en día obras autorreflexivas enrarecidas para un público muy selecto; Alain Resnais tuvo un florecimiento tardío con una avalancha de películas que culminó con La vida de Riley, estrenada en 2014, cuando el cineasta murió con 91 años; Chris Marker falleció a la misma edad en 2012, tras haber realizado Aimer, boire et chanter; Alejandro Jodorowsky realizó La danza de la realidad a los 85 años, mientras que Eric Rohmer terminó su último largometraje, El romance de Astrea y Celadón en 2010, cuando tenía 89 años.
Parece, pues, que hay una tendencia a dar más oportunidades y tolerancia a las personas mayores en el cine como en la política. Sólo que últimamente esto ha funcionado mucho mejor en Hollywood que en Washington, D.C.
Así que una vez más, ¡Feliz 90, Clint!