El picor, también denominado prurito, es una sensación cutánea desagradable que provoca el deseo de rascarse. A menudo es una sensación incómoda y subjetiva responsable de la disminución de la calidad de vida en una variedad de condiciones psicodermatológicas. Los trastornos psiquiátricos comórbidos, como la depresión y la ansiedad, se asocian con frecuencia al ciclo de picor y rascado. La relación recíproca e intrincada entre la psique y el picor ha sido ampliamente estudiada. La neurobiología del picor implica la complejidad de los mediadores específicos, las vías neuronales relacionadas con el picor y el procesamiento central del picor. La conexión entre el picor y la psique puede agruparse en tres apartados: enfermedades pruriginosas con secuelas psicosociales, enfermedades pruriginosas agravadas por factores psicosociales y trastornos psiquiátricos causantes de prurito. El prurito y la modulación del dolor van juntos en la mayoría de las circunstancias y en ellos intervienen diversas sustancias, como la histamina, las interleucinas, los receptores activados por proteasas, los receptores potenciales de receptores transitorios, los opioides y los cannabinoides. La estrecha interacción entre los queratinocitos y las terminaciones nerviosas que modulan el dolor y el picor también desempeña un papel importante. El tratamiento del picor asociado a sus componentes psicosomáticos está dirigido a la causa subyacente y a la adopción de un enfoque holístico para abordar no sólo los aspectos dermatológicos y somatosensoriales, sino también los componentes cognitivos, emocionales y psicosociales. Un equipo multidisciplinar integrado por un dermatólogo, un psiquiatra, un psicólogo y un trabajador social es vital para abordar los aspectos multifacéticos del prurito.