Lo que Occidente se equivoca en las intenciones de Rusia en Ucrania

En medio del drama de la destitución de Trump, es fácil olvidar un asunto más acuciante geopolíticamente en Ucrania: La continua implicación de Rusia en la parte oriental del país y la estancada asociación de Ucrania con Occidente para hacerla retroceder. Antes de la reunión de la próxima semana en París entre el ruso Vladimir Putin, el ucraniano Volodymyr Zelensky, el francés Emmanuel Macron y la alemana Angela Merkel, en la que los cuatro líderes intentarán llegar a un acuerdo de alto el fuego, es hora de que Estados Unidos vuelva a sintonizar, especialmente porque hay indicios de que algunas voces influyentes en Moscú están a favor de un enfoque más suave. Es decir, una interpretación más flexible del acuerdo Minsk II de 2015 destinado a poner fin a los combates en el Donbass, con un tratamiento más cuidadoso de las preocupaciones ucranianas. Eso podría, a su vez, impulsar las posibilidades de paz.

Parte del problema de Estados Unidos es que diagnostica mal el problema en Ucrania. Apenas pasa un día sin que algún observador sugiera que Rusia invadió Ucrania porque Putin buscaba nada menos que la completa subyugación de ese país a Moscú. Ese malentendido, a su vez, ha animado a los halcones de Rusia en Estados Unidos, que han abogado por las sanciones en lugar del compromiso.

La verdad sobre las actividades de Rusia en Ucrania es más matizada. Más que la anexión, el objetivo inicial del Kremlin al apoyar a los separatistas prorrusos en el este de Ucrania era asegurar la autonomía legal de la región del Donbass dentro de una Ucrania federal. De este modo, Rusia dominaría una parte importante del territorio de Ucrania, lo que daría a Moscú un voto de veto en Kiev sobre el acercamiento estratégico del país a Occidente. Múltiples declaraciones del propio Putin confirman que Rusia considera la federalización de Ucrania como una herramienta atractiva para bloquear la integración euroatlántica del país y que asegurar la lealtad del Donbass es garantizar las preferencias rusas.

El Kremlin puede ser halcón cuando se trata de Ucrania, pero no está loco. Putin seguramente sabía que invadir y ocupar Ucrania -por no hablar de crear un conflicto permanentemente latente- habría sido demasiado sangriento y demasiado caro. Una invasión tampoco habría ayudado a Rusia a cimentar su influencia en la política ucraniana con un coste geopolítico mínimo.

Sin duda, las actividades de Rusia en Ucrania no han resultado como estaba previsto. Los primeros seis meses de la participación rusa fueron, según todos los indicios, un desastre total, con partes del este de Ucrania cayendo en niveles indescriptibles de violencia y anarquía. Finalmente, el Kremlin estableció regímenes más o menos manejables en dos bastiones separatistas en el Donbass-Luhansk y Donetsk. Pero para conseguirlo fue necesario un largo y sangriento proceso de purga de fanáticos ideológicos y de aquellos que no se plegaban a la línea del Kremlin.

Las dificultades de la campaña en Ucrania han puesto a prueba la capacidad de las élites rusas para mantenerse unidas. A medida que pasa el tiempo y con más cosas en juego, la desunión interna se hace más evidente. En la actualidad, la política rusa sobre las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk involucra a varios conjuntos de actores estatales que compiten entre sí con intereses a veces contradictorios.

Por ejemplo, una figura clave en la gestión de las repúblicas es Vladislav Surkov, un notorio estratega político del Kremlin que supervisa la política hacia la región ucraniana de Donbass dentro de la administración presidencial y tiene la tarea de dirigir los programas de construcción del Estado en las repúblicas independientes de Donetsk y Lugansk no reconocidas internacionalmente. Su objetivo, al orientar la legislación y la política de personal, es mantener la estabilidad política en las dos repúblicas y asegurar sus intereses en las conversaciones internacionales sobre el conflicto ucraniano.

La gente de Surkov entra a menudo en conflicto con los servicios de inteligencia y el ejército rusos, encargados de gestionar la seguridad en el Donbass. Prefieren que los órganos de seguridad de las repúblicas se subordinen antes a las autoridades militares rusas, mientras que los gestores políticos dependen del equipo de Surkov, lo que hace difícil evitar la rivalidad. Sus prioridades contradictorias conducen a veces a enfrentamientos internos, como en 2017, cuando el Servicio Federal de Seguridad de Rusia logró que un antiguo oficial de inteligencia fuera nombrado líder de la república de Luhansk frente al candidato civil preferido por Surkov.

El tercer grupo de interés ruso en el Donbass es el que gestiona la financiación de las operaciones de Rusia en la región. En los últimos años, el viceprimer ministro ruso Dmitry Kozak ha dirigido ese grupo. Ha abogado por un enfoque más flexible en la aplicación de los acuerdos de Minsk. En particular, le gustaría encontrar formas de resolver el conflicto que alivien la carga financiera y económica que soporta Rusia al sostener regímenes militares profundamente corruptos. El equipo de Surkov, por su parte, considera que tales movimientos indican una disposición a hacer concesiones inaceptables.

La competencia entre las facciones ha dado lugar a una incoherencia política y, más recientemente, a señales de un posible cambio en la postura de Rusia hacia Ucrania. Durante los últimos dos años, la posición de Surkov se ha ido debilitando gradualmente, y se le ha llamado la atención por su belicismo. Por ejemplo, en octubre de 2018, Putin remodeló la dirección presidencial clave que es informalmente responsable de Ucrania, reduciendo su autoridad. Eso fue seguido por una prominente reducción de personal para la oficina. También hay murmullos entre algunos tecnócratas y liberales de que los gestos limitados de buena voluntad hacia Ucrania podrían valer la pena si llevan a la Unión Europea a levantar las sanciones económicas a Rusia.

El principal obstáculo para cualquier cambio en la política rusa hacia Ucrania es una creencia profundamente arraigada entre los dirigentes rusos de que hacer cualquier concesión conducirá a una presión y unas exigencias occidentales cada vez mayores. Por eso, independientemente de otras concesiones que pueda hacer Rusia, su línea roja se mantendrá firme: El Kremlin seguirá manteniendo un punto de apoyo político en el Donbass que le proporcionará influencia en la política exterior de Ucrania. E incluso las concesiones más pequeñas están fuera de la mesa mientras Rusia tema a un Occidente belicoso.

La cumbre de París no es un evento decisivo; las posiciones de negociación de ambas partes parecen seguir siendo irreconciliables. Pero Estados Unidos no debería ignorar los signos de que parte de la élite rusa podría estar dispuesta a encontrar una solución mejor que el statu quo. La crisis de Ucrania se ha convertido en un raro caso en el que Rusia ha conseguido sembrar la discordia no sólo en el exterior, sino también en el interior. Y por esa razón, es hora de que Occidente considere cómo pueden jugar los intereses rusos en competencia.

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