En esta época de noticias falsas y bulos en Internet, afortunadamente hay quienes dedican su tiempo a comprobar estas supuestas informaciones para descubrir las falsedades. Hoy los llamamos debunkers, o cazadores de bulos y mitos. Pero al igual que las noticias falsas no son un fenómeno exclusivamente moderno, tampoco lo es el oficio de refutarlas: los debunkers actuales tienen un ilustre precursor que vivió en el siglo XVII, el médico italiano Francesco Redi. Sin embargo, como las mejores historias, la de Redi también tiene un final sorprendente.
El toscano Redi (18 de febrero de 1626 – 1 de marzo de 1697), médico jefe de la corte de los Médicis, no carecía de paternidades académicas: en diversas fuentes de referencia se le designa como el padre de la biología experimental, la parasitología, la toxicología experimental y la helmintología (el estudio de los gusanos helmintos). Estudió y describió más de un centenar de parásitos, y en este campo hizo uno de sus descubrimientos clave, que estos intrusos no surgían del propio cuerpo, sino que nacían de huevos.
La generación espontánea y las víboras que bebían vino
Esta observación estaba en la línea de lo que suele considerarse su mayor aportación a la ciencia, la primera refutación de la generación espontánea. En 1668 publicó sus experimentos en los que demostraba que los gusanos no eran el producto de la descomposición, sino la descendencia de las moscas que ponían sus huevos en la carne. La introducción de la condición de control en sus experimentos los convierte en un ejemplo pionero de la metodología que se aplica en los laboratorios en la actualidad.
Con su descubrimiento de que omne vivum ex vivo, o que «toda vida proviene de la vida», Redi desmontó un mito muy extendido en su época, cuyos orígenes se remontan al menos a Aristóteles. Pero la ambición racionalista del toscano no se conformó con esto; también se dedicó a derribar otros bulos populares, algunos de los cuales nos sorprenden hoy por su ingenuidad.
Varios de estos mitos hacían referencia a las víboras, animales a los que Redi dedicó una voluminosa obra. Era una creencia común en su época que estas serpientes bebían vino y rompían las copas. También se creía que el veneno procedía de la vesícula biliar y que era tóxico si se tragaba. Al analizar animales a los que se les inoculaba el veneno con la cerda afilada de una escoba, el toscano observó que su sangre se coagulaba y que el líquido venenoso sólo era dañino si entraba en el torrente sanguíneo, no si se tragaba. Aplicando un torniquete cerca de la picadura, se podía reducir el flujo del veneno hacia el corazón.
Pero incluso este cazador de mitos fue engañado en alguna ocasión: no pudo encontrar otra explicación para los insectos que salían de las agallas de las plantas sino que eran éstas las que los producían. A pesar de refutar la idea de la generación espontánea en la carne muerta, creía que un organismo vivo, una planta, podía crear otro diferente, un insecto.
El falso inventor de las gafas
Sin embargo, éste no es el aspecto más llamativo de la trayectoria de Redi, como tampoco lo son sus conmovedores versos alabando los vinos de su Toscana natal. De hecho, la pieza final más inesperada en el perfil del primer cazador de mitos es que también fue un hábil creador de noticias falsas. Era tan hábil, de hecho, que ni siquiera la era de Internet, con su facilidad para desenmascarar los bulos, ha conseguido todavía borrar las huellas de sus travesuras.
Deseoso de cantar las glorias de su tierra, Redi quiso atribuir la invención de las gafas a un toscano. Para ello, inventó la mentira de estar en posesión de la referencia escrita más antigua sobre este objeto, compuesta en 1299 por el florentino Sandro di Pippozzo, un hombre que nunca existió. Redi también señaló a otro toscano, el monje Alessandro di Spina, como el reinventor de las gafas a partir de una idea anterior. El florentino Ferdinando Leopoldo del Migliore completó la farsa proponiendo el nombre del autor de esa supuesta idea anterior: Salvino degli Armati. Por supuesto, también era florentino, y tan ficticio como Pippozzo.
Migliore fue más allá al afirmar que en tiempos pasados había existido en la iglesia de Santa María la Mayor de Florencia una tumba de este Armati cuya inscripción lo identificaba como el inventor de las gafas. En 1841, esta supuesta pérdida histórica se enmendó restaurando la inscripción, bajo un busto que en realidad representa al historiador Heródoto. Hoy en día el falso monumento persiste, al igual que las numerosas referencias que atribuyen la invención de las gafas a Spina o Armati; noticias falsas que han sobrevivido a los siglos.
Javier Yanes
@yanes68